
El Premio de Traducción de Straelen (Alemania) se otorga tan solo cada tres años a traductores de literatura en alemán hacia cualquier otra lengua. ¿Qué representa para ti ser galardonado en el exterior por Olga García, Paul Ingendaay y Belén Santana López?
Una gran alegría y una gran sorpresa, claro. Me siento muy honrado, sobre todo viendo los nombres de los miembros del jurado, personas muy competentes, conocedoras del vasto mundo de la traducción al español. Y agradecido a la Kunststiftung NRW, que premia a un traductor y, por tanto, también a la traducción.
Tu trabajo como traductor comprende publicaciones entre el húngaro, el alemán, el francés y el español: ¿En qué momento te sentiste preparado para trabajar con todas estas lenguas?
Diría que hay dos elementos: por un lado, hay que asumir retos, tirarse a la piscina. Por otro, aprender continuamente, sobre todo al principio, claro está. Yo tuve la suerte de contar con un gran maestro, Juan del Solar, que me guio y me ayudó en los primeros años. Hicimos algunas traducciones juntos y recuerdo cómo quedaban mis versiones, llenas de tachaduras, después de que él las revisara. Comentábamos mucho los problemas de la traducción del alemán. La traducción es un oficio que necesita aprendizaje y pasión. Sé que después del desafío que supuso traducir Los últimos días de la humanidad de Karl Kraus yo ya podía decir que era un traductor. Entre otras cosas, porque esa obra enorme toca todas las teclas del lenguaje y se llega a los límites de las posibilidades de la traducción
¿Cómo conseguiste tu primer proyecto de traducción?
El primer proyecto de traducción para una editorial fue Trofeo de Mariazell, el diario de un pintor austríaco del siglo XVII que Sigmund Freud analiza en un texto titulado Una neurosis demoniaca en el siglo XVII. La traducción la hice con mi mujer, Cristina Grisolía, que es poeta. La editorial se puso en contacto con nosotros para que le buscáramos el manuscrito en la Biblioteca Nacional de Viena y luego nos encargó la traducción. Nosotros acabábamos de llegar a España.
Nos cuentas que tu primer proyecto de traducción para una editorial fue el diario de un pintor austríaco del siglo XVII que Sigmund Freud. ¿Llegaste a trabajar como traductor por una bonita casualidad o es algo que siempre habías querido hacer?
Muy al principio, cuando llegué a España, empecé traduciendo toda clase de textos, técnicos, legales, comerciales. Y cuando me di cuenta de que mi futuro profesional estaba en la traducción, enseguida me propuse hacerlo en el ámbito de la literatura, que era lo que me interesaba.
¿Y qué autores/as han marcado tu carrera?
Kraus, Kertész, Kafka, Krasznahorkai, ¡todos apellidos que empiezan con “k”! Los he traducido mucho y su obra está siempre presente en mi pensamiento. Recuerdo el momento en que conocí la obra de Karl Kraus, así como el momento en que conocí la de Kertész. Esos libros me buscaban y la forma que encontré de hacerlos míos fue la traducción. Para mí, traducir no es una operación mecánica, sino un acto existencial.
Naciste en Chile, pero llevas casi toda una vida en Europa Occidental: ¿Cuál es tu relación con la literatura chilena?
La voy siguiendo, aunque de manera un poco desordenada. Leo a poetas, a Enrique Lihn, a Raúl Zurita, a Verónica Zondek. Le tengo particular aprecio a la poesía de Jorge Polanco Salinas, a la que me siento muy cercano.
¿Qué rol juega tu español chileno al momento de traducir para editoriales españolas? ¿Sientes que vivir tantos años en España ha acercado más tu forma de traducir al español peninsular o es inevitable que tus traducciones tengan matices chilenos?
Soy un traductor que ha trabajado fundamentalmente para editoriales españolas, lo he hecho prácticamente desde mis comienzos en la profesión y, claro, he tenido que adaptarme al español peninsular. Por otra parte, mi español chileno se ha ido limando con el paso de los años, me marché de Chile a los catorce años, viví otros catorce en Viena y luego en España, todo eso influye, como es lógico, en mi habla en la que, eso sí, algo queda de lo chileno. Por otra parte, estamos en el plano de la literatura. En España se lee a Borges y a Rulfo, en América Latina a Valle-Inclán, a Valente. Hay algo que está muy por encima de los elementos característicos del lenguaje de cada país o cada región, los cuales, eso sí, aportan riqueza a la lengua.
¿Qué tipo de autores/as u obras de la literatura alemana y austríaca gustan al público hispano y cuáles crees que aún se deben traducir?
Se lee mucho a los clásicos del siglo XX, a Thomas Mann, a Kafka, a Thomas Bernhard y a otros, que han influido concretamente en la literatura en lengua española. Y por supuesto queda mucho por traducir. Pienso, por ejemplo, en autores vanguardistas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Si bien la traducción de literatura alemana en Latinoamérica es poca, aún más desconocida es la literatura de Hungría. ¿Cuál sería un buen autor o autora para acercarse a la literatura de este país y por qué?
Mucha gente ha entrado en la literatura húngara a través de los libros de Sándor Márai (a quien, por cierto, nunca he traducido). Pero depende mucho de los intereses, los gustos y las inclinaciones de cada cual. Sé de lectores que están esperando ya la siguiente traducción de un libro de Krasznahorkai, por ejemplo, que tiene un importante grupo de seguidores en el mundo de habla hispana, como también en Estados Unidos. Lo que quiero decir, en el fondo, es que más que la literatura de un país, lo importante son los autores. Cada uno es un mundo, cada libro es un mundo que concierne al público lector, que activa al lector, que toca sus fibras. Libros y libros van configurando el lenguaje del alma. Y, además, los libros se hablan entre ellos.
Te denominas “ein Mitteleuropäer, der auf Spanisch schreibt” (“un centroeuropeo que escribe en español”), ¿nos puedes contar qué significa esto para ti?
Fundamentalmente, lo que quiero recalcar con esa frase es cierta extraterritorialidad que caracteriza a mi escritura. Por otra parte, hay que tener en cuenta que, precisamente a raíz de mis traducciones, me he nutrido mucho de autores centroeuropeos y que eso de alguna manera ha impregnado mi pensamiento y mi escritura. Eso sí, en relación con mi último libro Las leyes de la extranjería, se ha señalado también que algo debe a la literatura latinoamericana. Además, ¿no es en realidad todo escritor extraterritorial? ¿No escribe todo escritor, en el fondo, en una lengua extranjera? ¿No es el lenguaje de la literatura otro lenguaje? Por suerte.
¿Qué relación ves entre tu trabajo cómo escritor y tu trabajo como traductor?
Escribir… traducir… Son tantos los escritores que traducen, tantos los traductores que escriben. Escribir y traducir son vasos comunicantes. Es innegable también que existe en el escritor que traduce el deseo de dar a conocer una afinidad con una obra o con quien la creó. En mi caso es así, Karl Kraus o Imre Kertész, a quienes he traducido mucho, están muy presentes en mi escritura. Luego tengo que decir también que llegué a la escritura en castellano aprendiendo los secretos de la lengua a través del oficio de traducir. Pero después está el tiempo… Si pudiera pactar con el diablo.
Independientemente de la lengua, ¿existe alguna obra o autor/a que te gustaría traducir?
Siempre he querido traducir a Jean Paul, me parece un autor grandioso, difícil, lleno de inventiva, inagotable. Hace muchos años, todavía en el siglo pasado, presenté un proyecto para traducir Siebenkäs, pero no cuajó, y no creo que a estas alturas de mi vida vuelva a ese proyecto, pero sí podría intentarlo, quizá con otra obra suya, más breve. Me gustaría. A ver si encuentro el tiempo necesario para hacerlo. Y al editor.
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