
El pasado viernes 19 de octubre la Biblioteca Pablo Neruda de Berlín recibió a un grupo de entusiastas de la palabra. No se conocían mutuamente. Cuatro integrantes llegaron en condición de poetas invitadas: Gabriela Bejerman, Diana Garza Islas, Queen Nzinga Maxwell y quien escribe. Aunque se había anunciado formalmente un Taller de traducción (Latinale Übersetzungswerkstatt) este encuentro fue un gesto de bienvenida a través de la hospitalidad en la lengua del país de acogida; es decir, una cordial invitación a descansar los pies en el suelo de otras entonaciones.
La condición de visita, nunca podría haber sido más relevante. Las poetas estaban en tránsito, se ajustaban a la diferencia horaria y a los cambios de temperatura. De igual forma durante cuatro horas, su escritura se convirtió en una pasajera inquieta, llena de conmoción entre lenguas (español, inglés, alemán). La algarabía era comprensible, porque cuando la escritura emprende un viaje de su casa lingüística a otra constata su personalidad sin proponérselo del todo. Descubre sus necesidades, costumbres y manías a través de la exposición al nuevo medio. Así, la traducción, como un viaje metafórico, se convirtió en una travesía de auto-reconocimiento de las propuestas estéticas de las escritoras.
Por ello, las presentaciones iniciales no fueron rutinarias, sino el inicio de la caracterización de las formas de escritura particulares. De modo que progresivamente, en la medida en que los poemas empezaban su tránsito hacia sus formas en lengua germana, se fueron decantando algunos aspectos de la voluptuosidad y ternura del lenguaje de Bejerman, la dimensión lúdica y fonética de la poesía de Garza Islas y las tensiones rítmicas y reflexivas de Queen Nzinga Maxwell.
Laura Haber y Timo Berger fueron los anfitriones encargados de que el hospedaje lingüístico ofreciera sus mejores aposentos: habitaciones dialógicas que debían construirse con las cualidades de los talleristas multilingües, profesionales y amateurs de la traducción.
Quizás una de las claves de lo que llamaremos traducción hospitalaria sea convertirse en un diálogo no acabado entre el texto original y el texto futuro en la lengua de destino. Se trataría de una sincronización de preocupaciones que se reúne con motivo del poema: ¿de dónde salió?¿por qué?¿hacia dónde? Estas interrogantes convocaron un aura traducible que los y las traductoras debían explorar en un intercambio necesariamente dinámico. Las poetas se vieron obligadas a aclarar la biografía de los poemas, como quien es capaz de hablar de la infancia de los textos y sus respectivas pulsiones. Mientras acudían a esa reconstrucción de los hechos con cierto pudor o placer, las autoras ejecutaban una primera traducción sin proponérselo.
Así, embarcaron los poemas a su transmigración, se desprendieron de ellos para dejarlos navegar en la novedad que tomó a los talleristas por asalto, pues no sólo se buscaron equivalencias entre lenguas, sino que también se crearon palabras nuevas, circunlocuciones enteras, y nuevas imágenes. La magia de la licencia de la traducción poética hizo que la fibra de lo poético esté más presente que nunca allí donde la palabra fluyó y emprendió una metamorfosis inacabada.
Asimismo, esta traducción hospitalaria puede entenderse como una performance de los mecanismos de la traducción. El taller se convirtió en un lugar excepcional donde se puso en acción el contacto entre lenguas a partir de factores que difícilmente pueden sincronizarse con facilidad como la voz (ritmo, rima, entonación), autoría (aspectos semánticos, históricos, biográficos) e interpretación.
De modo que el acceso de primera mano al fundamento del lenguaje onírico de Garza Islas, la picardía de Bejerman, el spoken word reflexivo de Maxwell, y la concisión y concentración de imágenes de quien escribe imprimieron un carácter único al resultado de la jornada. En estos términos, la traducción asumió su ser circunstancial y su dimensión de experiencia, donde los juicios, prejuicios e impresiones se sumaron orgánicamente a la trayectoria que los textos debían emprender en el espectro que iba de la fidelidad a la libertad.
Finalmente, la condición de visitante de la escritura de las poetas no impidió que la calidez hospitalaria la hiciera sentirse un poco en casa, que reconociera la nueva casa lingüística y que también descubriera encantos suyos que antes no había reconocido en sí misma. De ahí que en última instancia la traducción hospitalaria resultara un grato descubrimiento de nuevas formas de ser de la palabra, que en cuanto más se deja llevar por la nueva geografía, se hace más plural y se llena de vida.